A todos nos encanta añadir chile picante a nuestros platos para darles carácter y sabor. Por eso, Acetaia Guerzoni ofrece sus salsas para ayudarte en la cocina y llevar placer a tu mesa. Pero este regalo de la naturaleza esconde propiedades que van más allá del sabor. Es una fruta fascinante que ha desempeñado un papel importante en la cultura humana como afrodisíaco. Aproximadamente una cuarta parte de la población mundial consume chile picante a diario. Descubramos cómo su picante lo ha convertido en un excelente método para alejar la mala suerte y un poderoso aliado del erotismo.

Los chiles tienen una historia milenaria. Hallazgos arqueológicos demuestran que se utilizaban hace 9.000 años y se cultivaban en América 5.000 años antes de Cristo. A lo largo de milenios, se han utilizado como fruto sagrado, medicina, afrodisíaco, herramienta mágica y de tortura, y, por supuesto, como potenciador de la alimentación.

El chile llegó a Europa con Cristóbal Colón tras el descubrimiento de América y fue inmediatamente apreciado por las clases media y baja, mientras que la aristocracia consideraba vulgar su sabor picante. La Iglesia previó su potencial y lo condenó por ser un "incitador de malas intenciones". En muchas culturas, el chile se asocia con la vitalidad, el rendimiento físico, la belleza, la astucia, la magia y, sobre todo, las habilidades eróticas. En algunas regiones italianas, por ejemplo, el chile se usa como amuleto de buena suerte: se cuelga detrás de la puerta de entrada para alejar el mal de ojo y proteger de la mala suerte.

La asociación entre el chile y el poder afrodisíaco tiene su origen en la mitología, pero también es una realidad científica. El vínculo entre el chile y el sexo siempre ha estado presente en las culturas populares de todo el mundo. La primera mención escrita del chile y el placer sexual se encuentra en algunos textos eróticos indios que datan de principios del siglo XV. Algunos refinados manuales eróticos franceses también mencionan el uso de esta planta para estimular el deseo.

El jesuita José de Acosta, en su *Historia Natural y Moral de las Indias Occidentales* (1598), advierte que el chile «tiene efectos deplorables, pues es muy picante, volátil y penetrante, y su uso repetido es perjudicial para la salud de los jóvenes y aún más para sus almas, pues incita a la sensualidad». David Livingstone, médico y misionero escocés del siglo XIX, relató que para «aumentar su poder de seducción», las mujeres africanas se bañaban en agua mezclada con jugo de chile.

Si intentamos comprender por qué el chile se ha asociado con el sexo, incluso en épocas en las que la ciencia aún no había descubierto las propiedades vasodilatadoras de la capsaicina, podemos explicarlo por la "tortura picante" que provoca en la lengua. Quizás los humanos hemos aprendido, a través de la evolución, que una situación ligeramente desagradable en un contexto seguro puede ser emocionante. Es lo que nos impulsa a subirnos a montañas rusas, hacer paracaidismo, puenting o ver películas de terror y, por lo tanto, a comer chile picante y disfrutar de su "placentera tortura". Durante milenios, los humanos hemos comprendido que las consecuencias de esta tortura incluían bienestar físico y psicológico, e incluso una mejora del rendimiento sexual, gracias a las propiedades vasodilatadoras de la capsaicina.

Los chiles, con su rica historia y numerosas variedades, siguen siendo un elemento fascinante tanto en la cocina como en la medicina tradicional. La idea de que son afrodisíacos se debe a una combinación de efectos fisiológicos reales y percepciones culturales. Independientemente de sus propiedades, sean las que sean, nuestro querido vegetal sigue siendo un ingrediente valioso que añade sabor y picante a la cocina y a la vida de maneras inimaginables.